La historia de Chichén Itzá escrita en el ADN
Un nuevo método de investigación pone en entredicho la interpretación de los sacrificios rituales y pone al descubierto la resistencia a las epidemias de la época colonial.
Durante más de 100 años, la antigua ciudad maya de Chichén Itzá ha sido fuente de fascinación arqueológica.
La arqueóloga biomolecular Christina Warinner destacó que los restos humanos descubiertos a principios del siglo XX inspiraron “relatos escabrosos” de sacrificios rituales de mujeres vírgenes. Hubo que esperar hasta principios del siglo XXI para que los investigadores reunieran suficiente evidencia, basada en análisis de restos óseos, que pusiera en dudaesta historia.
Ahora Warinner, catedrático adjunto de Ciencias Sociales John L. Loeb, y un equipo interdisciplinario internacional de científicos le han dado un vuelco a esa historia. Su investigación de vanguardia, publicada esta semana en Nature, revela que los niños, especialmente los gemelos, eran el centro de los sacrificios en la legendaria ciudad-estado. La investigación también ha arrojado luz sobre los lazos familiares y la dieta de estos niños, las epidemias de la época colonial y el paradero actual de los descendientes de Chichén Itzá.
“Este es el primer estudio que utiliza ADN antiguo, isótopos y bioarqueología para trazar una mejor imagen de lo que estaba sucediendo allí”, dijo el autor principal Rodrigo Barquera, inmunogenetista e investigador postdoctoral en el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Alemania, donde Warinner es también investigadora.
Chichén Itzá se hizo prominente alrededor del año 800 d.C., y permaneció poderosa y densamente habitada durante más de dos siglos, y sirvió como destino de peregrinaciones durante y después del período colonial español.
La arquitectura de la capital regional refleja varios estilos y evolucionó a medida que los habitantes de Chichén Itzá forjaban alianzas políticas, culturales y religiosas tanto en las cercanías como en las lejanías. Por ejemplo, El Castillo, el templo de 75 pies de altura del yacimiento, se construyó siguiendo el estilo de los toltecas, que gobernaban una zona situada a cientos de kilómetros, cerca de la actual Ciudad de México. Estas conexiones despertaron la curiosidad de Barquera sobre la procedencia de las personas enterradas a escasos metros del Cenote Sagrado, un hundimiento acuático donde se realizaban ofrendas rituales de oro, jade y vidas humanas.
“Queríamos conocer mejor a las personas que vivieron y murieron allí”, afirma Barquera. “¿Eran de la región maya? ¿De algún otro lugar de Mesoamérica? ¿O incluso de más lejos?”
Para averiguarlo, el equipo de investigación se embarcó en un análisis genético en profundidad de niños enterrados ritualmente en un chultún, o cisterna artificial, no lejos del Cenote Sagrado. Warinner señaló que los chultunes y las cuevas han sido representados durante mucho tiempo en el arte y los mitos mayas como portales al submundo. “Hay un patrón que se repite en estas estructuras subterráneas: el agua y los enterramientos de niños”, dijo Warinner.
El clima cálido y húmedo de la península de Yucatán había sido hasta ahora un factor que complicaba la investigación del ADN antiguo. Los recientes avances tecnológicos, así como la relativa estabilidad de la temperatura del chultún, que ayudó a preservar los restos óseos de los infantes, permitieron el análisis de Barquera, que decidió centrarse en el hueso de la parte petrosa del oído interno.
“Es el mejor sitio para encontrar ADN”, explicó, y añadió que centrarse en el lado izquierdo permitió a los investigadores evitar duplicados. “Tuvimos suerte de que, de los más de 100 individuos que se cree que fueron enterrados allí, pudimos recoger el hueso petroso izquierdo de 64 de ellos”.
Sacrificados en torno a los 3 o 4 años de edad, estos niños fueron enterrados en su mayoría entre los años 800 y 1.050 d.C., que fue la época de apogeo político de Chichén Itzá. Todos procedían de poblaciones mayas locales. Además, todos eran varones, con dos pares de gemelos idénticos en la muestra.
Otros análisis revelaron que al menos una cuarta parte de los varones estaban estrechamente emparentados de alguna otra manera. Pero el ADN no era lo único que tenían en común. La investigación de isótopos estables, o sea el uso de la química de huesos y dientes para investigar dietas antiguas, mostró que su alimentación era extremadamente similar, como si vivieran en la misma casa. “Esto era cierto no solo en el caso de los gemelos, sino también en el de cada grupo de individuos emparentados”, señaló Barquera.
“Parecían haber sido seleccionados por parejas”, añadió Warinner, que también señaló la importancia de los gemelos en textos sagrados mayas como el Popol Vuh. “Sugiere una actividad ritual muy específica”.
Los investigadores también estudiaron a las personas que viven actualmente en Tixcacaltuyub, situada a una hora en auto del sitio arqueológico. Los residentes de esta comunidad maya local ya trabajaban en diversas iniciativas con investigadores de la Universidad Autónoma de Yucatán. Los científicos esperaban comparar el ADN de la población con el de los antiguos niños.
La colaboración con académicos locales resultó vital, según Barquera. Estos profesionales de la salud y expertos en antropología de Yucatán le ayudaron a viajar al pueblo y le explicaron lo que esperaba conseguir el estudio del ADN antiguo. También fueron útiles las copias de “Aventuras en la ciencia arqueológica”, un libro para colorear que Warinner creó con colegas del Instituto Max Planck, ahora traducido al maya yucateco y al español.
“Los libros fueron pensados para niños, pero sirven para todos”, relató Barquera. “Muestran lo que hacemos de una manera accesible”.
Las muestras genéticas revelaron que los habitantes de Tixcacaltuyub son, de hecho, “parientes vivos cercanos de las personas enterradas en Chichén Itzá”, explicó Barquera. La comunidad estaba encantada con estos hallazgos, añadió, dada la prevalencia del racismo contra las poblaciones indígenas en México en la actualidad. Ahora pueden reivindicar sus vínculos ancestrales con las personas que construyeron la gran ciudad de Chichén Itzá.
“Hemos visto a investigadores entrar en comunidades o yacimientos arqueológicos en el pasado para tomar muestras o datos para sus trabajos sin dejar nada a cambio”, dijo Barquera, que creció en México y trabajó en varias clínicas y laboratorios de inmunología, y en la Escuela Nacional de Antropología e Historia de Ciudad de México antes de hacer su doctorado en Europa. “Lo que queríamos era dejar algo en compensación a la comunidad”.
El último descubrimiento del estudio se refiere al legado genético de las epidemias de la época colonial, que causaron estragos devastadores entre los mayas y otros pueblos indígenas. La historia comienza en 2006 con la tesis doctoral de Warinner sobre Teposcolula-Yucundaa, un cementerio de la región mexicana de Oaxaca asociado al brote en 1545 de una misteriosa enfermedad que los aztecas denominaron cocoliztli, o pestilencia. Se calcula que la infección mató entre 5 y 15 millones de personas, es decir, casi el 80 por ciento de la población indígena de México.
“Cambió radicalmente la población de México”, afirma Warinner. “Pero nadie sabía lo que era”.
Warinner regresó en 2018 para un estudio de ADN antiguo que identificó una forma de Salmonella enterica en individuos enterrados en el cementerio. “Hoy en día es una cepa muy rara”, afirma Warinner. “Pero ahora sabemos que estaba bastante extendida en Europa en la época del colonialismo y que probablemente se introdujo durante la conquista española”.
Por su parte, Barquera seguía trabajando en Ciudad de México a principios de la década de 2000 cuando empezó a notar un alelo recurrente, o variante genética derivada de una mutación, mientras realizaba pruebas a donantes y pacientes antes del trasplante de órganos. Recuerda que planteó el asunto a su supervisor.
“Le dije: ‘¡Esto es raro! ¿Cómo puede ser que en todo México veamos este alelo con una frecuencia tan alta? Sabíamos que tenía que venir de algún sitio. Pensamos que tal vez tenía que ver con la resistencia a algo. Pero entonces nunca llegamos a una conclusión, porque no teníamos las herramientas analíticas para probar nada”, dijo Barquera.
En el estudio de Chichén Itzá, el equipo de investigación identificó un cambio en el mismo alelo que Barquera señaló años antes. Hoy en día, dijo, la variante genética es “una de las más prominentes, si no la más prominente, en México y América Central”, pero su prevalencia resultó ser baja en los mayas de Chichén Itzá.
Análisis posteriores demostraron que la variante protegía contra la Salmonella, que Warinner y sus colegas habían relacionado con las epidemias del México del siglo XVI. “Aquí es donde las cosas realmente encajan”, dijo Warinner.
Se sabe que cocoliztli reapareció en 1576, matando a otros 2 millones de personas. “La tasa de mortalidad fue tan alta”, dijo Warinner, “que los científicos han especulado durante mucho tiempo sobre si cambió los perfiles inmunológicos de los pueblos indígenas de las Américas”.
Y ahora, dijo Warinner, el estudio de los individuos enterrados en Chichén Itzá ha revelado la respuesta inmunológica a la mortal propagación de la bacteria por el México colonial.
Después de todos estos años, sigue escrito en el ADN de la nación.